martes, 28 de octubre de 2008

¡Nacionalizar la Banca y el Comercio Exterior...!


...gritaban los nacionalistas católicos en la década del '30, y los marxistas en la década del 70 PERO, quien nacionalizó la banca fue nuestro conocido presidente George W. Bush, en una medida sin precedentes. Bah, sin precedentes, en todos lados se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias o, lo que es lo mismo, cuando el adolescente empresario privado pierde, llama a papá Estado que, como todo buen padre es odiado por el hijo adolescente pero a la vez llamado por el mismo cuando lo cagan a trompadas los morochos de la otra cuadra.
Don George W. Bush no creyó en la economía de mercado para tratar de zafar de esta crisis económica: emitirá dólares a mansalva para NACIONALIZAR LA BANCA.
Quisiera ver, desearía escuchar a nuestros criollos APOSTOLES DEL LIBRE CAMBIO criticar esta medida. Por favor, aunque sea uno solo. ¿Qué dirían si el gobierno argentino toma una medida similar?

martes, 7 de octubre de 2008

La Argentina que no fue


por El Tano

La verdad es que fue toda una experiencia.

Habíamos estado con un grupo de amigos en el Altar de la Patria para ver las remodelaciones que se le habían hecho últimamente y quedamos tan maravillados por la belleza y la estética del monumento que, al fin de semana siguiente, decidimos que bien valdría la pena echarle un vistazo también el Monumento a la Bandera en Rosario.

De modo que, llegado el siguiente sábado, nos subimos todos al Tren Bala y en escasos minutos estábamos en la hermosa ciudad a las orillas del Paraná. Tal como esperábamos, el monumento estaba en óptimas condiciones, aunque – la verdad sea dicha – no le habían hecho ningún agregado ni modificación, de modo que se lo veía tal como su creador lo había dejado hacía ya una pila de años.

Aprovechando que teníamos tiempo, decidimos almorzar en Córdoba. De modo que, vuelta otra vez al Tren Bala y, en otro par de minutos, desembarcábamos en La Docta que hervía de actividad. Nos costó bastante encontrar un restaurante con una mesa vacía pero al final lo logramos. Era imposible no percibir la enorme cantidad de gente que circulaba por la ciudad.

– Es por el cosmódromo – nos aclaró el mozo mientras nos servía – muchísima gente hace escala aquí porque, con escala y todo, se ahorran como cinco a seis horas en el viaje a Australia.

Pensándolo un poco, nuestro mozo tenía razón. Subiendo del cosmódromo a la estratosfera (como con anticipadora visión lo había previsto Carlitos, El Innombrable) las naves podían elegir libremente cualquier punto del planeta y lanzarse en picada a su destino final. Tardaban en llegar a destino sólo un poco más de lo que tarda uno en comunicarse por satélite a través de Internet. Claro, la cosa era subir hasta la estratosfera; pero ¿quién no se aguanta una subida de ésas si el viaje a Australia, en vez de quince horas le tarda nueve o diez? Y ni hablemos de que, volando por LAFSA, uno puede llegar en cosa de media hora a la Provincia de Malvinas para ver el espectáculo de las ballenas nadando entre las plataformas submarinas de YPF.

¡Grande Carlitos! Y hablando de él (sin nombrarlo, por supuesto) la conversación derivó en la marcha del Plan Nacional Agropecuario que estaba en vigencia ya hacía un buen par de años. Decidimos aprovechar un vuelo que salía por la tarde para visitar las tierras del Ilustre Riojano.

¡No se imaginan ustedes el tráfico del aeropuerto de Anillaco! La nueva planificación agropecuaria había conseguido suplantar un gran porcentaje de la superficie cultivada de soja por la producción de aceitunas. Y con eso – gracias a la increíble capacidad previsora de la gente de los años ’90 – el aeropuerto de Anillaco, que hasta entonces había languidecido sobre el llano riojano, de repente cobró vida. ¡Y qué vida! Docenas – sí, bien digo: ¡docenas! – de aviones cargados hasta la manija con aceitunas despegaban de allí con destino a los más recónditos lugares del mundo llevando su preciosa carga. Un espectáculo impresionante. Realmente.

Hablando con uno de los pilotos resultó que era nuestro día de suerte: un avión de la sección de Mantenimiento de Aerolíneas Argentinas volvía vacío para la Capital y había lugares libres que podíamos aprovechar. Ni cortos ni perezosos, pelamos nuestras tarjetas de crédito y en menos de lo que canta un gallo despegábamos del transitado aeropuerto internacional de Anillaco con destino a la Capital Federal de la República.

Llegamos a Viedma ya bien entrada la tarde. El sol se ponía suavemente en el Oeste y decidimos hacer noche allí. Por desgracia no hay mucha vida nocturna en la Capital en estos días, así que eso de bolichear y ver qué pasa no tiene mucho sentido. La mayoría de la gente se raja de Viedma durante los fines de semana y aprovecha las grandes autopistas del ingeniero Laura para ir a Buenos Aires. De modo que los sábados y domingos la capital queda prácticamente vacía.

Pero nos divertimos igual. En el hotel, los muchachos del Tercer Movimiento Histórico estaban festejando el ingreso de la Argentina al club de las potencias nucleares. Sucede que se había conseguido reconstruir la planta de agua pesada originalmente diseñada por el ingeniero Richter para Perón y no sólo eso: la gente del Instituto Balseiro ¡hasta consiguió hacerla funcionar! De modo que ahora todo el mundo estaba, copa de champaña en mano, festejando el magno suceso y la verdad es que los ánimos estaban muy exaltados.

A la mañana siguiente estábamos ya un poco cansados de dar vueltas por la república así que decidimos regresar a Buenos Aires. Llegamos a la Aeroisla del nuevo Aeroparque poco antes del mediodía y, como hacía un día espléndido, uno de nosotros propuso ir a hacer un poco de playa y tomar algo de sol. Después de mucho discutir, decidimos ir a La Salada y hacer un poco de esquí acuático por el Riachuelo. Después, hasta nos dimos el gustazo de bucear un rato en las cristalinas aguas limpiadas gracias al plan de María Julia. Fue divertido, pero llegada la noche estábamos literalmente molidos y ya no veíamos la hora de llegar a casa y pegar una buena dormida.

Eso es lo que tienen los fines de semana en esta Argentina de hoy: hay tantas novedades y tantas cosas hechas que uno ya ni sabe cual de ellas visitar primero.

A veces me pregunto cómo hacía la gente, allá por la primera década del Siglo XXI, para no aburrirse mortalmente un sábado y domingo.

Pero claro. Ésos eran otros tiempos. En aquella época la gente sólo se preocupaba por boludeces.

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