domingo, 5 de octubre de 2014

La Matriz del Fracaso

Introducción

En búsqueda de las causas del fracaso argentino, hemos escuchado de todo. Desde teorías conspirativas, amenazas externas, sociedades secretas, políticas económicas erradas, sistemas políticos que no funcionan, hasta la colonización española, los ingleses, la corrupción, el imperialismo, la falta de justicia, los negros cabeza, etc.

Pocas de estas teorías tienen una mirada retrospectiva, es decir, mirar si en los genes de los argentinos o en la sociedad misma o en su comportamiento, habitan las causas raíces de nuestro fracaso como país, algo que nadie pone en duda, salvo en las mentes afiebradas de un kirchnerismo residual en retirada. Siempre la culpa la tiene un tercero.

Primeramente debemos decir que esa mirada interior es difícil dado que somos el sujeto del análisis y teniendo en cuenta la proliferación de populismos democráticos de izquierda y de derecha, nada peor que osar sugerir que la causa de un problema puede ser la gente o  el soberano, el pueblo, en este caso, nosotros mismos. Siempre es más seductor, echarle la culpa a los Fondos Buitres o al gobierno de turno o al anterior. Recordemos que Filmus decía en una campaña electoral previa a una de sus habituales derrotas “tenemos que resolver el problema de la basura sin echarle la culpa al vecino”. Clarísimo, la culpa siempre la tiene otro, salvo nosotros, el pueblo, ese colectivo imaginario. (Ver  http://incorreccion.blogspot.com.ar/2007/06/correo-basura-y-basura-urbana.html)

Cuando un comportamiento inadecuado cruza todas las clases sociales, toda la geografía del país y todos los grupos étnicos que lo componen, podríamos decir que el mismo está en los genes de la Argentina como país. O sea, de los argentinos. Si además, como la observación diaria nos indica, ese comportamiento es consuetudinario, podríamos decir que es cultural. Porque la Cultura, no es otra cosa que como un grupo de gente hace las cosas. No solo las horrorosas obras de Marta Minujin. Si además, esos usos y costumbres se dan tanto en el ámbito privado como público, sin diferencia etaria, podemos llegar a la conclusión que  estamos en presencia de un causal importante en la vida diaria de una Nación.

Hipótesis

Nosotros entendemos que la matriz del fracaso argentino es el absoluto desprecio por las leyes, la autoridad, la justicia, las normas. La corrupción, mal endémico que sí tenemos globalmente identificado como una de nuestros problemas claves, es hija de este desprecio por la Ley. La falta de Justicia, un facilitador.

Este desprecio por la Ley y la Autoridad, reconoce factores fundacionales y potenciadores. Podremos decir que nuestras comunidades indígenas nómades, la colonización española desordenada y la posterior inmigración de la flor y nata del mediterráneo europeo, no contribuyó demasiado al orden. Pero en los últimos 30 años, factores políticos hicieron que ese gen al cual estamos tratando de descubrir , llegara hasta picos insospechados, como vivimos hoy.

Los elementos facilitadores

1983 y 2001 son hitos claves en este proceso degenerativo, con resultados parecidos aunque orígenes y motivaciones diferentes.


En 1983, una primavera democrática asoció Orden con Represión, Ley con falta de Libertad, Tradición con Conservadurismo; entre otras tantas equivocaciones conocidas por quienes vivimos esa época in situ. Ahora bien, el origen de esa primera restauración consciente del desorden, nace de la herencia de un gobierno militar, la consabida Dictadura. Ese restablecimiento del desorden  fue un hecho tácitamente consensuado entre gobernantes y gobernados. Ese “todo vale” no fue impuesto, sino que fue una construcción colectiva post Dictadura, en una especie de estudiantina juvenil. Obviamente que muchos interesados en este desorden, no compartieron ese entusiasmo pero estuvieron entre sus principales impulsores. Podríamos comprar esa etapa con la República de Weimar alemana o la España post franquista.

Como para una  muestra basta un botón, reflexionemos sobre el ataque terrorista al cuartel de La Tablada en 1989. Según la doctrina imperante en ese época (que continúa hasta hoy, plasmada en la teoría de  la no-intervención castrense regular en los asuntos de la seguridad interior. Esto quedó plasmado en la ley 23.554 de Defensa Nacional y en la ley 24.059 de Seguridad Interior, promulgadas en 1988 y 1992 respectivamente), las FF.AA., no podían intervenir en un hecho de inseguridad o violencia interna, definición hija de los guerrilleros que perdieron la batalla con las FF.AA, en los ’70. La recuperación del cuartel debía ser ejecutado por las fuerzas policiales. Sin embargo, el cuartel fue recuperado por el ejército y el “gramsciano” Alfonsín no dijo absolutamente nada acerca de la intervención del Ejército en un conflicto interno. La sustancia que manchaba su ropa interior fue lo suficientemente abundante  para olvidar esos sagrados principios democráticos.

En 2001, las circunstancias fueron otras. Luego de casi 20 años de gobiernos democráticos, la sociedad toda le gritó a la clase dirigente “que se vayan todos”, en función a un sinnúmero de fracasos consecutivos de estos charlatanes, que esta vez le metieron la mano en sus bolsillos. Y esta vez, dicha clase, que al dejar sus puestos en el Estado lo que dejaba era su ocupación, su profesión; porque en ese se ha convertido la política hoy; permitió cualquier cosa antes que perder las posiciones obtenidas: asambleas populares, cortes de calle, comedores, subsidios, subsidios y más subsidios; y el reforzamiento de la idea fundacional de 1983, para la cual la Democracia es la posibilidad de hacer cualquier cosa.

Lo más grave y triste de todo esto es que la Partidocracia conservó todo el poder que tenía antes de la crisis y, de la mano de los buitres patagónicos, lo consolidó.

Las manifestaciones

Difícil es ver con claridad en el comportamiento privado de los argentinos como esta teoría que esbozamos cobra cuerpo. Debemos por lo tanto buscar un comportamiento público que permita ver si la teoría que tratamos de comprobar se manifiesta. El comportamiento que elegimos es los argentinos como conductores de vehículos.

En la Argentina se conduce mal, más allá que las leyes son más estrictas que en Europa o Estados Unidos.

Conducen mal los ricos y los pobres. Los jóvenes y los adultos mayores. Los hombres y las mujeres. En Capital y en las provincias. Existe un absoluto desprecio por el otro. Por las normas de tránsito, ni que hablar de las Leyes. Las velocidades máximas son violadas continuamente. Los semáforos, un cartel colorido. Las sendas peatonales, una analogía de una cebra. Las ochavas, bajadas para discapacitados, desconocidas. La diferencia entre carril derecho e izquierdo, son ignoradas. En todos los casos, la LEY ES UNA SUGERENCIA. En la Argentina, 8.000 personas mueren por año en accidentes de tránsito. Ni que hablar de otros miles que se accidentan sin consecuencias fatales, pero con perjuicios tanto físicos como económicos.

¿Cómo podríamos suponer que este comportamiento universal se dé solamente en este ámbito, y que estos animales al volante puedan ser gobernantes, empresarios, docentes, empleados, decentes, probos, íntegros. Es imposible.

Conclusiones


Existen las conspiraciones, sí. Las amenazas externas, seguro. Los vende patrias internos, claro. Nada de esto sería determinante si el comportamiento de los argentinos para con los argentinos mismos fuera íntegro. De esa manera, podríamos hacer frente a todos estos desafíos con la esperanza de poder vencerlos. Como estamos hoy, solo nos resignamos a seguir sobreviviendo.

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